El box es una reverenda cagada. No es algo personal, pero para muchos ni siquiera hay que considerarlo como un deporte. Violento y cruel, vehículo de salida usado por la clase baja para salir de la pobreza y por los promotores vivos para explotarlos. Evento en el cual difícilmente gane el más débil, quitándole por eso toda la gracia a cualquier enfrentamiento deportivo. Deporte en gran medida de fuerza más que de técnica. ¿Deporte?...
Pero el boxeo argentino creó a personajes/íconos entrañables de nuestra cultura deportiva. Al legendario Firpo, al cual le chorearon la pelea con Dempsey allá por los 30. Al torito Justo Suárez, el primer boxeador verdaderamente del pueblo. Al mono Gatica, peronista hasta los huesos, un ser para algunos pedante y para otros simpático, liero. Borracho que nunca fue gran campeón pero un boxeador querido como pocos. Al hombre/niño Ringo Bonavena, con tanto Edipo como coraje, otro boxeador del pueblo y otros de los más queribles también.
A Nicolino Locche, que apodaban Chaplin por su andar y movimientos en el ring. A Carlos Monzón, una especie de hombre de cromañon pero muy muy guapo, con la mano más pesada de la historia. Un gran campeón. A Víctor Galíndez, que pese a no ser un gran boxeador conquistó al público con huevos. Laciar, Coggi y muy pocos más. El último de la lista quizá es el Roña Castro, boxeador eterno, que veremos si perdura en el inconsciente colectivo.
Igualmente y a pesar de mis propias palabras... el box es una reverenda cagada. Ampliaremos.
Pero el boxeo argentino creó a personajes/íconos entrañables de nuestra cultura deportiva. Al legendario Firpo, al cual le chorearon la pelea con Dempsey allá por los 30. Al torito Justo Suárez, el primer boxeador verdaderamente del pueblo. Al mono Gatica, peronista hasta los huesos, un ser para algunos pedante y para otros simpático, liero. Borracho que nunca fue gran campeón pero un boxeador querido como pocos. Al hombre/niño Ringo Bonavena, con tanto Edipo como coraje, otro boxeador del pueblo y otros de los más queribles también.
A Nicolino Locche, que apodaban Chaplin por su andar y movimientos en el ring. A Carlos Monzón, una especie de hombre de cromañon pero muy muy guapo, con la mano más pesada de la historia. Un gran campeón. A Víctor Galíndez, que pese a no ser un gran boxeador conquistó al público con huevos. Laciar, Coggi y muy pocos más. El último de la lista quizá es el Roña Castro, boxeador eterno, que veremos si perdura en el inconsciente colectivo.
Igualmente y a pesar de mis propias palabras... el box es una reverenda cagada. Ampliaremos.
El Ringo Bonavena, un grande... y de Huracán!
1 comentario:
¿deporte? mmmmmmmmmmm
creo que si es algo que nos mata, es peligroso.
Me quedo con el encanto sexual de gritar un gol en la cara de tu oponente derrotado, con la magia orgásmica de alguna rabona o un taco bien hecho, un pase sin mirar y hasta una gambeta que deje en el piso a quien intenta marcarme.
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